martes, 2 de enero de 2018

Bajamar

Los meses siguientes los dediqué a repasar el texto. Se había desarrollado de manera inesperada y llegó un momento en que realmente disfruté como un mamoncete viendo crecer aquella historia mientras La Oruga iba agonizando lentamente. La pobre había visto de todo, pero estaba algo mayor para el singular voltaje de aquellas páginas; y el magnético y sensual aullido adolescente y solitario de Ámbar acabó dándole la puntilla.
Fue el turno del Enano -mi netbook-, pero el muy cabrón, que llevaba toda la vida prácticamente sin dar un palo al agua, a la que tuvo que currar todos los días se puso chungo. Cada dos por tres se le fundía alguna cosa, primero petó la batería, después el cargador, y luego se puso borde y empezó a llevarse mal con el software. Hubo varios cambios de sistema operativo -los Ubuntus fueron desfilando uno tras otro- y por fin, tras mes y medio de tabarra martilleante, Linux -mi informático de cabecera- soltó el diagnóstico:

-Tarjeta gráfica obsoleta. Mal asunto, va integrada. Le he puesto un Ubuntu ligero y ahora arranca sin problemas, aunque no se cierra bien del todo. Es lo que hay. Ni se te ocurra actualizarlo. Y sí, le he instalado el Openoffice. No me lo preguntes más.

Abrí el procesador de textos con la boca seca y el ineludible temblor de manos del adicto al que le cae entre manos un alijo después de una larga carencia. No era para menos, aquel relato había hecho un recorrido corto pero implacable y aterrador. Llegó un momento en el que pensé en Atila: La Oruga muerta, junto con mi viejo XP y el Word correspondiente, trece años de amistad y colaboración eran ya historia; el manta del Enano lisiado para los restos; el Ubuntu 14 cero no sé qué y su procesador de textos a tomar por culo; y mi menda con una mirada opaca y lloriqueante esperando una intervención que no llegaba nunca.
Tras aquella masacre me temí lo peor... Y a mediados de septiembre, cansado, sin ideas y emocionalmente exhausto terminé “Donde da la vuelta el aire” lo mejor que pude y decidí guardar la pluma por una temporada.

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