sábado, 13 de enero de 2018

Bajamar 1

Fue durante aquellos días aciagos cuando volvió a contactar mi desaparecida musa. Quería charlar, pero le di largas. Aunque unas semanas más tarde le envié el trabajo de aquellos últimos meses, me pareció que tenía todo el derecho a ser la primera en leerlo. Por raro que parezca, me contestó, y, siguiendo un impulso inconsciente, le dediqué unas palabras un tanto desapegadas pero apasionadas y sinceras. Un gesto prematuro, un error. Al parecer, lo único que le iba bien era que no le llevaran la contraria, tiempo al tiempo. Volvió a cabrearse y perdí su contacto a través del feis.
Aquellos meses, coincidiendo con mi silencio y su ausencia, mi espacio en la red se había ido salpicando de perfiles femeninos espurios solicitando mi amistad, y quizá era muy engreído por mi parte pensar que era mi musa la que estaba detrás de ellos, pero cuatro perfiles de pastel en cinco meses, cuando en nueve años de redes sociales nunca me había sucedido nada parecido; y además, que empezara la serie al poco de negarme a chatear con ella, era una casualidad en la que me costaba mucho creer. 
Al final me quedé con uno porque parecía llevar un mensaje implícito, y confiar en que no andaba errado me hacía sentir bien. Estoy convencido de que, la muy astuta, a veces me ronda por la red como un felino acecha su territorio; aunque teniendo en cuenta la cantidad de frikis que transitan sin descanso por los vastos e insondables abismos de las redes sociales, también es posible que pueda estar equivocado.
Lo cierto es que estaba preocupado. Si relacionarme con ella le causaba problemas, lo mejor que podía hacer era apartarme, y mis palabras -mis últimas y crudas palabras- se encaminaron en esa dirección sin la intervención de mi voluntad. No fui capaz de hacerlo conscientemente, me gustaba demasiado, y tuvo que ser otra parte de mí la encargada de hacer el trabajo. 
A los treinta segundos me sentí mucho más solo; rotunda, dolorosamente solo y sin energías para asomarme a sus recuerdos, ni siquiera a la fotografía que tenía enmarcada y omnipresente en un estante de la librería. 
De hecho, cuando me acercaba a coger algún libro trataba de no mirarla. Era duro, pero aquella desbordante experiencia me había superado y tenía que serenarme. Y en el mismo instante en que me negué a charlar con ella, mi vida quedó reducida a unas pocas rutinas diarias, pagar recibos, intentar no pensar en sus ojos y poco más... 
Por otro lado, fueron unos meses intensos, llenos de agitación social: mítines, soflamas, movilizaciones, antidisturbios de los picos, de la nacional, de los mossos, y, consecuentemente, palos a destajo y banderas por todos lados; además de franquistas en conserva y falangistas posmodernos venidos de toda la península. Cómo si no tuviéramos bastante con los de aquí. 
El pacto de la transición, podrido y agotado, agonizaba; y el llamado “problema catalán” empujaba en esa dirección. Reaparecieron algunos de los santones de régimen del 78 como por ensalmo, sobre todo sociatas -que llevan varias décadas sorbiéndole el tuétano a Andalucía sin resolver sus problemas estructurales y sociales-; hablando, otra vez, como hace cuarenta años, de federalismo. Lo llevan en el programa desde el siglo diecinueve y nunca han hecho un verdadero esfuerzo por conseguirlo, pero, tan campantes, lo esgrimen una y otra vez como si fuera un mantra capaz de hipnotizar a votantes cretinos.
La política se había convertido en una pestilente caricatura de sí misma, y la gente veía las noticias incapaz de asimilar la mierda de cuarenta años salpicando desde el ventilador de los informativos día tras día, año tras año.
El gobierno central estaba tan ocupado en fabricar maniobras de distracción que, al parecer, no tenía tiempo material para gobernar de verdad y empezar a buscar soluciones, por lo tanto, en muchas ocasiones, solía dejar en manos de sus más fieles amigotes y de algunas multinacionales la tarea de elaborar la legislación de sus ámbitos de explotación -y digo explotación donde debería decir producción de bienes o servicios por ajustarme mejor a la realidad circundante- como mejor les pareciera. 
Y desde entonces, el poder y sus acólitos, sólidamente instalados en la prensa, dedican gran parte de su tiempo a crear y agravar todos los conflictos que pueden con la idea de asustar a la mayor cantidad de bobos posible e intentar aglutinarlos a toda costa en torno al embuste que más dominan: La patria, la amada patria en peligro. Esa misma patria que ofrecen al mejor postor -con ciudadanos incluidos- como si de una vieja puta desdentada se tratara. Todo un mensaje para la ciudadanía.
Y la libertad de expresión, junto con otras muchas, nos la van quitando por el camino. 
“Objetividad” es una palabra maltratada.
Durante aquellos tres meses tuve la oportunidad de retrotraerme emocionalmente a otros tiempos, llenos de juventud, de luchas y esperanzas... Un tema deprimente a largo plazo. Una siniestra y penosa factura que, a ratos, aún me parece estar pagando; aunque ya no sé por qué. 
Pero estoy convencido de que aquellas cicatrices, al recordarme el tierno dolor que proporcionan las heridas viejas, fueron el factor más determinante a la hora de dejar atrás el laberinto de emociones de mis últimos relatos. 
Por fin volvía a estar en el presente. 
La tarde del uno de enero, con una ligera resaca, el ojo recauchutado y, por fin, libre de colirios y lloriqueos, fui hasta la estantería, me paré delante del marco y lo miré cuidadosamente unos segundos...  ¡Joder, qué guapa está! 
Acto seguido me senté en mi diminuto escritorio, respiré hondo y le di caña al botón de arranque; y Vagabundo -mi ordenador nuevo-, rápido como un tiro -de hecho casi me despeina- me sirvió su primera y siempre maldita página en blanco.


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