lunes, 31 de julio de 2017

En la red 7 (Ámbar)

Aquellos días tuvieron un ritmo fuera de lo habitual. Trabajaba a impulsos, pues quería que la necesidad de expresar lo que sentía fuera el eje fundamental de aquel relato, por consiguiente, aquella manera de proceder condicionó su contenido y me dio la oportunidad de alternar escenas íntimas con una mirada retrospectiva a nuestra relación que puso de manifiesto la enorme cantidad de tiempo invertido en intentar desentrañar el enigma de Ámbar.
Conseguir que una mujer se quite las bragas es relativamente fácil si lo comparamos con la tarea de desnudar su corazón, una hazaña que casi nunca se consigue, y en este caso no iba a ser diferente. Mis intentos de aproximación en este terreno se saldaron con un estrepitoso fracaso, pues no conseguí pasar del primer escalón, ese donde están sus gustos y preferencias más mundanas. A partir de ahí, el muro que Ámbar había dispuesto para un entrometido como yo, y creo que para todos, era infranqueable; una barrera inexpugnable donde fueron chocando una y otra vez todas mis tentativas de saber quién era en realidad aquella jovencísima mujer tan llena de silencios y aspavientos que de tanto en tanto se metía en mi cama.
Conocía su música preferida, el puesto donde vendían las palomitas que más le gustaban, su pasión por el chocolate, su dedicación a las artes marciales, su ilusión por cantar etc., pero me fue imposible pasar de esa pantalla.
Una densa telaraña tejida alrededor de lo más significativo de su dolorosa vida me hizo imposible ir más allá, pues a partir de ese punto ella cambiaba de conversación o desplegaba un lenguaje que parecía buscar la confrontación con un dulce método que a veces me recordaba, salvando algunas distancias, el clásico y provocador rollo pasivo-agresivo de quien no se atreve a utilizar la violencia pero la anda buscando sin darse cuenta. Pero me movía en el terreno de las hipótesis y puede que todo aquello no fueran más que elucubraciones sin sentido de quien ya no sabe a qué atenerse, y sé por experiencia que tratar de penetrar en los laberintos de la sinrazón de otro podía tener consecuencias poco deseables para uno mismo, además de ser completamente inútil.
Quizá, lo más significativo que se podía ver o entrever a través de aquella oscura y evasiva maraña en la que solía envolverse, era la la necesidad de cariño y pasión que su manera de ser le hurtaba. Ése era el impulso supremo no satisfecho que, un día la empujó a subir la cuesta de la calle Almansa y la trajo hasta mi puerta.

domingo, 30 de julio de 2017

En la red 6 (Ámbar)


Terminado “Sweet Jane” me tomé unos días de relax con la esperanza de mitigar el calentón que me había provocado. Nada de escribir. Caminar, fumar, pensar,  tomar copas... Tenía otro relato erótico por delante y era mucho mejor tomárselo con calma.
Seguíamos charlando de vez en cuando y sin un texto delante de las narices que me distrajera podía poner toda mi atención en la charla. A veces notaba cierto escepticismo en mis palabras, entonces se reivindicaba. “No soy ninguna broma” solía decirme un poco amoscada, y estoy convencido que hablaba en serio, sentía lo que decía.
Un día, reflexionando sobre aquel asunto lo vi claro como el agua. ¡Vaya, así es como lo hace! Resumiendo: A veces, supongo que cuando se sentía profundamente triste, intentaba generarte expectativas con ella para después hundírtelas; y parecía disfrutar con ello. Triste yo, tristes todos.

Desde luego no era una conducta consciente -se parecía más a la puesta en marcha de algún tipo de mecanismo de defensa capaz de activarse de forma autónoma-, pero era real y destructiva. La vida también puede ser una canción triste y decadente, pero no se hacia ningún favor.
Me habría gustado, en una de esas ocasiones, llevarla al cementerio de Sant Andreu, ponerla delante de cualquier lápida y decirle: Amor mio, ésto es lo que suele hacer la vida con los chicos malos.
Otras veces estaba luminosa, se podía intuir entre aquellas líneas llenas de vitalidad, de sueños y esperanzas. Preguntaba y preguntaba, y yo le hacia versos y contestaba y contestaba.
Ámbar es todo un bichito, un bichito encantador; y cuanto antes tomara cartas en el asunto y se trabajase aquel endiablado problema mucho mejor le iría en el futuro.
Sí había algo que realmente me llegó a molestar, fue su insistencia en que me la tomaba a broma, podría haberle dicho, como hizo ella ante mis reticencias a verla a solas por razones debidas a su edad: “Tendrás que confiar en mi”; pero no lo había hecho, por eso lo hago ahora.
A finales de enero comencé a escribir “Good morning little schoogirl”, un apasionado encuentro mañanero en el que, sin darme cuenta, me recreé. Me gustaba avanzar muy despacio para poder imaginarla más y más tiempo tumbadita en mi sofá encendida de amor, con un poquito de lencería y sus perfumados pechos en flor apuntándome sin compasión.
Durante mis frecuentes pausas, marchaba de casa con la apremiante necesidad de oxigenarme; y a mi regreso después de unas horas, generalmente fumado, ella seguía allí. El timbre de su voz, su recurrente imagen, su ausencia; y, como si fuera un encantamiento, el fresco y embriagador aroma de sus bragas siempre flotando en el ambiente.

sábado, 29 de julio de 2017

En la red 5 (Ámbar)

A mediados de diciembre, con el ecológico propósito de no encender la calefacción, empecé con los relatos más íntimos; durante unos días funcionó, pero con el paso del tiempo no hubo más remedio que claudicar.
Cuando empecé a colgar fragmentos de mi “Sweet Jane” en el blog nuestras charlas comenzaron a ser más largas y frecuentes, adoptando un tono mucho más cálido y un contenido bastante sugerente.
Me contó que una noche pasó por delante de mi portal y estuvo tentada de llamar, pero no se atrevió. Le contesté que podía llamar a mi puerta a cualquier hora, pero porque era ella, no es que estuviera de oferta, o algo parecido.

No contaba con volver a verla, y con aquellos relatos tan íntimos y sensuales pretendía recrear unas hechizantes horas de amor a contracorriente ancladas firmemente a mi memoria. Joven, bella, sensual, en definitiva, irresistible.
Entonces pensaba, ingenuo de mi, que quizá poniéndola sobre un papel dejaría de estar presente en mis sueños. No funcionó como esperaba, tuvo un efecto rebote y la testosterona se me puso por las nubes. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Dónde está mi dulce Jane?

Un domingo, mientras charlábamos por el chat se me cruzaron los cables y decidí improvisarle un cuento porno. Apenas tardó dos minutos en preguntar: - ¿Es que quieres ponerme cachonda?
- Sí -le contesté.
Terminado el corto y chispeante relato se hizo un pequeño silencio, y a continuación escribió: -Quizá cuando menos te lo esperes suba a verte.
- Pues será mejor que no tardes mucho, empiezo a tener una edad -le respondí, después de un largo y refrigerante trago de cerveza.

Pasadas las fiestas navideñas tuve noticias de mi novela, a última hora, con la portada ya diseñada, no la iban a publicar. Al parecer no encajaba dentro de la línea de historias canallas que buscaban.
Tardé treinta segundos en tomar una decisión: la editaría yo mismo, como había hecho siempre. No hubo más remedio que dedicar parte de mi tiempo a buscar quien la corrigiera, quien diseñara la portada y a un maquetador que le diera el formato adecuado, además, a propuesta de un amigo tomé la determinante decisión de cambiarle el nombre; se acabó llamando “Un relato oscuro”. Los malditos monos de la sierra de Béjar pasaron a un segundo plano.
Hablé con ella de aquel tema, parecía francamente interesada en las tribulaciones por las que atravesaba mi oscura y pequeña obra. Supongo que todo aquel asunto era un mundo desconocido para Ámbar y llamó su atención. Fueron unos cuantos días alejado del universo narrativo en el que, prácticamente, llevaba viviendo desde hacia meses; pero no de ella, pues preguntaba frecuentemente por aquel tema que me tuvo en vilo hasta que conseguí tenerlo todo bien atado.

jueves, 27 de julio de 2017

En la red 4 (Ámbar)

En noviembre estaba animado y ocurrente, la narración volvió a coger vigor y comencé a escribir casi todos los días. Quería hacer un trabajo que estuviera a la altura de las excepcionales circunstancias que ella me había proporcionado.
Y no sé por qué, acabé seleccionando la banda sonora de “Ruido de fondo” y la añadí a la lista de reproducción del Winamp, por lo que deduje que todo marcharía bien y acabaría resolviendo cualquier problema que se me presentara.
De ninguna manera estaba dispuesto a dejar que la atmósfera sombría del entonces pequeño y fatal universo de Ámbar acabase por devorarme el ánimo; y nada mejor que aquella banda sonora, concebida a base de coraje y pensada como un largo mantra emocional con la intención de evitar que un vórtice de desesperación acabara con lo poco que quedaba de mi cuando la elaboré; y mi cuerpo terminara por dejarse caer desde lo más alto de un puente. Todavía retengo en la memoria la aterradora imagen de aquel cadáver inerte y sanguinoliento hecho trizas contra el asfalto de la autopista de la costa.
Me fui a ver el mar, ese espacio infinito rebosante de preguntas sin respuesta, como entonces, sólo que esta vez iba sereno y decidido; y mi pequeña libreta roja era otra, y  los ojos que parecían ocupar todo el horizonte, esta vez eran los de una bella jovencita triste y desolada.
En aquel momento sentí la urgente necesidad de contarle algunas cosas, pero no estaba; nunca pasearía con ella por la playa, ni nos sentaríamos en un espigón a contemplar la furia del mar estrellándose contra la costa.
Esta vez no hizo falta tomar notas, las cosas eran como eran y yo nada más que un hombre, un hombre que no podía cambiar ningún destino; salvo quizá tener la oportunidad de intentar pulir alguna arista del suyo.
El viento se puso duro en cuestión de segundos y una ola de más tres metros golpeó con fuerza contra las rocas. Me dejó chorreando y se me hubiera llevado por delante de no ser porque el pequeño muro que circunvala todo el perímetro del espigón se lo impidió. Quizá fue su manera de darme una respuesta. Ni se te ocurra despistarte, pamplinas.
El baño de agua fría me provocó un intenso escalofrío, y, chorreando como estaba, me eche a reír como un poseso durante algunos minutos.
Cuando recuperé el resuello, dije en voz alta como si hubiera un interlocutor emboscado en algún sitio: -Qué hijoputa eres, cabrón. Llevas tragándote todas las tragedias y todos los rollos patateros de la humanidad desde que el mundo es mundo y aquí sigues, tan campante.
Por una vez, sentí que había obtenido una buena respuesta.

 - Tío, por mi madre que esto último, pues no sé, atufa a melodrama culébronico que no veas.
- O a fragmento de cuento de hadas postmoderno perdido en el sentido de otra historia, nunca se sabe...
- ¿No echas de menos la pantalla de “La oruga”?
- ¿A ti qué te parece? Se piró de madrugada, dejando tirado a todo su hardware periférico; así, en plan fulana.

miércoles, 26 de julio de 2017

En la red 3 (Ámbar)

Fue por aquellas fechas cuando llevé mi novelita a unos amigos que tienen una pequeña y valiente editorial, necesitaba publicar aquella delirante historia salpicada de recuerdos oscuros de mis años más duros y solitarios -aquel tiempo fantasmal cargado de heroína y desesperanza- a solas con mis libros y mi omnipresente paquete de Ducados, esperando una muerte anunciada a los cuatro vientos en todos los medios de comunicación.
De momento no podía hacer nada más al respecto, y la alargada sombra de Ámbar se proyectó de nuevo en toda su magnitud en cuanto solventé el que entonces creía que sería el último trámite de mi descabalada historia.
Nuestra comunicación había mejorado bastante con el paso del tiempo. Yo era cuidadoso con las palabras y me pareció que ella era más franca, pues de tanto en tanto me hacía alguna confidencia que denotaba un cambio sustancial en su manera de entender nuestra pintoresca relación.
A veces le improvisaba algunos poemas -he de confesar que, salvo alguna excepción, no demasiado buenos- mientras conversábamos. No podía evitarlo, salían solos en cuanto imaginaba sus deslumbrantes ojos pegaditos al móvil a la espera del próximo verso.
Gracias a mi puñetera manía de tomar notas descubrí lo que podríamos llamar un hecho revelador en su manera de proceder. Un día, al repasar mis notas, encontré una incongruencia, al principio pensé que debía ser un error mío y para corroborarlo me vi en la necesidad de consultar nuestras charlas. Me quedé flipado con aquel hallazgo, al parecer habían desaparecido fragmentos enteros de algunas de ellas. Estaba intrigadísimo, yo desde luego no las había borrado y fueron conversaciones a dos, no quedaba nadie más que ella, ¿a qué se debía?, ¿qué había detrás de aquel gesto?
Gracias a la memoria que tengo para lo que realmente me interesa y a mis prolijas notas pude reconstruir algunas de ellas. No fui capaz de encontrar un porqué ni un para qué, eran bastante corrientes; ni siquiera borró las de contenido erótico-pornográfico -aquellas anhelantes palabras tan subidas de tono que, invariablemente, cuando la conversación era lo suficientemente larga acababan saliendo sin que me diera cuenta- supongo que la ponían, o al menos eso espero.
Pregunté, por supuesto que pregunté, pero como lo suele hacer ella, de perfil. Me hice el tonto y pregunté como si aquella herramienta de comunicación fuera chino para mi. La muy taimada se hizo la sueca, fue buenísimo.

lunes, 24 de julio de 2017

En la red 2 (Ámbar)

Andando el tiempo mi libretita de notas se fue llenando y llenando, acumulaba información  sin método alguno y era consciente de lo poco que me cundía; no había más que ver los resultados. Estaba en un punto muerto, su ausencia me había dejado seco, seco del todo.
No escribía nada nuevo, al menos nada consistente.
El otoño se desplegó gris para Ámbar, que parecía estar pasando una mala racha. No es que en aquel momento conversáramos mucho, pero se dejaba entrever en las breves y poco frecuentes charlas que manteníamos.
Entonces decidí que cada mañana, cuando despertara, tendría una canción en la ventana del chat. Fue todo un éxito, no en vano la música era una de las pocas pasiones que compartíamos; y material no iba faltar, después de veinte años de radio uno está mas bien surtido. Una canción y un comentario positivo, con la intención de paliar la soledad y la tristeza que se desprendían de sus lacónicos y negativos mensajes de texto.
Su mundo parecía haberse empequeñecido drásticamente después del verano. Y mi menda, para no contagiarse demasiado de aquel mundo oscuro y sin esperanza que la embargaba, de vez en cuando la miraba como a un personaje; entonces sonreía y pensaba “vaya con la niña, está de miedo; y no veas el tirón que tiene, sería capaz de patear cien kilómetros con tal de comerle el coño otra vez”.
He de confesar que aquel otoño, ante el estancamiento creativo y emocional, no se me ocurrió otra cosa que ponerme a estudiar los textos de “Unos días de febrero”. Buscaba algo, pero no sabía qué y estaba convencido de que la clave estaba incrustada allí, quizá entre líneas, más allá de las palabras. No sé si encontré lo que buscaba, pero me sirvió para corregir o matizar algunos pasajes.

­-Si lo matizas tanto se va a quedar en ná.

Mi Pepito Grillo particular es una especie de enterao de corte barriobajero, pero esta vez tenía razón, por ese camino acabaría convirtiéndose en un trabajo ramplón que no interesaría a nadie; así que después de un par de semanas lo dejé, es importante saber cuando hay que dejarlo.
Lo cierto es que el ritmo de aquella relación no podía ser otro mas que el de su voluntad o su capricho; pero el que yo deseaba no era mucho mejor: Encerrarme con ella y estar follando a toda pastilla hasta que me diera un infarto y a tomar por culo todo. En fin, peores maneras de diñarla hay.

domingo, 23 de julio de 2017

En la red 1 (Ámbar)

A principios de septiembre podríamos decir que comenzó mi segunda temporada con Ámbar. Me pilló haciendo cola en el registro con mi nueva novelita a cuestas, y poco después de haberla registrado tomando una cerveza en una terraza próxima al edificio de La Campana . “Jamón de mono” era ya historia, y lo estaba celebrando conmigo mismo. Y hubiera dado cualquier cosa por tenerla sentada al lado.
¡Tanto por escribir y ella tan lejos!
Empezamos a chatear con cierta asiduidad ese mes, lo recuerdo como si fuera ayer; sobre todo los domingos, y poco a poco nos fuimos soltando, adquiriendo cierta familiaridad o costumbre, pero sin llegar a tenernos verdadera confianza. Lo pasaba bien, estaba en mi salsa, lo mío son las palabras; y, en segundo plano, al tiempo que conversábamos, iba tomando notas mentales que una vez terminada la conversación solía poner por escrito.
Y por fin, a mediados de mes, pasó por la plaza a buscar su regalo. Le pedí quince o veinte minutos de charla y me los concedió; y sonreía con cierta malicia al ver que yo consultaba el reloj a cada momento. Tenía muy poco tiempo y mucho que decirle cara a cara y no era cuestión de dejarse nada.
El último ejemplar de “Ruido de fondo”, que para entonces ya empezaba a tener aspecto de huerfanito desamparado, después de su incierta y larga espera encontró el mejor de los destinos: los radiantes ojos de Ámbar.
Y ahora, recordando aquella breve entrevista me he dado cuenta de que fue extraordinaria. De todo el tiempo que hemos pasado juntos, es el rato más largo que ha estado vestida. Casi todo en tiempo restante lo pasamos conmigo desnudo y ella en el mismo plan o con un poquito -muy poquito- de lencería.
Fue a finales de mes cuando comenzaron los problemas con el texto, debía ser fresco, pasional, dinámico, preciso y divertido; aquellos requisitos chocaron con mis temores nada más empezar y llegaron a ser una constante durante los largos meses que tardé en escribir “Unos días de febrero”, esas parcas veintitrés páginas tan llenas de mi.
A veces me lo miro y me digo: Parece un selfie de esos. Un autorretrato donde un cuentista inmerso en frescura, belleza y vida, trata de superar sus propios prejuicios a la hora de expresarse con entera libertad y a sus temores a que ella, el día que se levantara con el pie cambiado, malinterpretara toda la historia.
Cada vez que aquel problema me paralizaba durante unos días acababa diciéndome lo mismo: Se sincero y escribe desde el corazón, tarde o temprano acabará por entenderlo.

sábado, 22 de julio de 2017

En la red (Ámbar)

En verano llegó su cumpleaños, y aproveché que durante una de mis búsquedas en el viejo armario que no abro casi nunca –pues allí suelen ir a parar desde la ropa que casi nunca me pongo hasta los botes de maría vacíos o de reserva, pasando por trastos varios que me da grima tirar, algunas revistas viejas y material informático obsoleto- mientras apartaba algunos cachivaches polvorientos que iban a ir derechos al container, apareció como por ensalmo un ejemplar de “Ruido de fondo” del que ignoraba su existencia. Era el último ejemplar y pensé que nadie mejor que ella para tenerlo, así que se lo dediqué y firmé sabiendo que era bastante improbable que llegase a sus manos. No sería el primer ejemplar de aquel libro en ser rechazado. La musa protagonista de aquella historia hizo lo propio –todavía hoy me odia las tripas–, no tanto por el libro como por mi renuncia a iniciar una relación con ella.
Abrí la carpeta de Ámbar y comencé a ordenar mis notas y a escribir sobre el borrador de “Well meet Again” durante el mes de agosto. Me lo pasé sudando a mares delante del ordenador y con mi Pepito Grillo particular dándome la vara a todas horas:

—Eres gilipollas. Tú aquí, sudando como un hijoputa, para que luego ella pueda entretenerse un rato leyéndolo mientras se refresca el chichi sentadita en el bidet.
—No me seas garrulo. Es toda una musa: bella, inalcanzable y misteriosa.
—Ya. Tú lo que quieres es volver a estar con ella, que aquí nos conocemos todos.
—Por supuesto. Quiero que me lea y vuelva. Que se me calce bien calzado, que falta me hace ¿Pasa algo?
—Que no deberías. Podrías salir malparado y tías hay a montones.
—Desde luego, pero no son como ella.


Chateábamos muy poco, y algunas veces, cuando mi silencio se alargaba mucho, ella solía escribir preguntando: —¿Cómo va todo? Hace mucho tiempo que no sé nada de ti.
—Escribiendo ¿Y tú qué tal? –respondía yo, tope de contento. 
Otras veces era mi menda quien rompía aquel silencio. Y quiero creer que le gustaba saberse deseada y echada de menos.
Agosto se fue disipando conmigo delante del ordenador tratando de componer una estructura narrativa o saltando alegremente de un texto a otro, pues tenía varios relatos abiertos, según me pudiese más el calentón o la ausencia.

domingo, 16 de julio de 2017

Oral

Le procuré una comida de chichi de las que facturo cuando quiero que una mujer me coja cariño de verdad.

viernes, 14 de julio de 2017

Bajo una sombra de mi espejo (final)

En cambio, el problema de la distancia física se resolvió solo, o mejor, lo resolvió ella, porque unas cuantas semanas después del número del noviete panoli, empezó a dejarse caer por la plaza en compañía de un par de amigas; y de vez en cuando, al abrigo del anonimato que nos proporcionaba la multitud, intercambiábamos unas palabras o algunas miradas cómplices. Todo era furtivo, culpable, irresistible.

jueves, 13 de julio de 2017

Bajo una sombra de mi espejo 2


El primer problema con el que me tropecé cuando acometí la tarea fue mi desconocimiento absoluto de los parámetros culturales en que navegan las chicas de su edad y la lejanía física y emocional entre mi musa y yo. No podía tirar exclusivamente de memoria y dejar que mi calenturienta imaginación llenara el resto.

Necesitas más información, y con Ámbar mejor guardarse bien las espaldas, ese angelito es una máquina de matar y no se fía ni de su sombra; así que estáte al loro y procura no cagarla. No vayas a perder los huevos de una patada un día de éstos, me dije mientras seleccionaba los temas y los iba añadiendo a la lista de reproducción. 

Después de darle al play me preparé un medio de whisky, terminé de llenar el vaso con agua fría, me senté en el sofá, me lié un porrito, lo encendí y solté un suspiro hondo.
La pequeña libretita roja que me iba a acompañar por la jungla en la que había desembarcado ya tenía nombre y descansaba después de un buen trote junto al cenicero, donde unas cuantas colillas, sin duda las más espabiladas, se peleaban por ser las primeras en saltar por la borda de un barco a punto de irse a pique.

Llevas cuatro horas aquí y has fumado un montón. Deja ya de darle vueltas, tendrás que chatear con ella, no hay otra manera; y acabarás envenenado por el recuerdo de su piel, tratándose de ti no hay más remedio.

Chatear no me convencía porque durante una de las primeras conversaciones que mantuvimos me vino a la mente una imagen realmente macabra: Estaba de pie con un madero a cada costado, delante de una jueza de mediana edad con cara de malfollada que iba repasando nuestras conversaciones en el móvil de Ámbar mientras me acribillaba a preguntas y movía la cabeza de un lado a otro, hasta que, con un gesto de condena inapelable, levantaba los ojos del teléfono y me dedicaba una escalofriante mirada de odio que me ponía los pelos de punta.
Tenía por delante una ardua tarea, porque, al margen de mis temores, Ámbar era una chica muy sensible y se aferraba a su soledad como un borracho se aferra a la barra de un bar, como si fuera una trinchera.

martes, 11 de julio de 2017

Bajo una sombra de mi espejo 1

Desde mi punto de vista, el numerito del casal no era más que una chiquillada propia de su edad, pero estoy convencido de que para ella debía tener otro significado, y seguramente, para un chaval de su edad también lo hubiera tenido. Y me puse a especular sobre la cuestión: ¿Intento de puteo puro y simple? ¿Una manera de tratar de herirme porque le gusto y se me había entregado? ¿O era sólo un gesto automático de su personalidad para marcar distancias debido a su falta de interés o de habilidad para las relaciones sociales? 
Fui sopesando todas las posibilidades que se me fueron ocurriendo para justificar aquel acto pueril e innecesario del que nadie iba a sacar ningún provecho, ni siquiera ella misma; pues, aunque ella lo ignorara aún, lo que creemos estar haciendo a otros en realidad nos lo hacemos a nosotros mismos.
Sea como fuere, me constaba que sufría y que a veces se sentía profundamente desgraciada. El mundo, más allá de su pequeña habitación y unos pocos espacios conocidos desde mucho tiempo atrás, era demasiado para ella; y yo formaba parte de ese mundo desconcertante e ignoto. Sé lo que es el sufrimiento, he sufrido bastante más que la mayoría; una dolorosa coincidencia que me permitió establecer una fuerte y cálida empatía con ella. No la compadecía, me atraía un montón y estaba dispuesto a hacer casi cualquier cosa por aliviar, aunque sólo fuera un poco, su pesada carga; y no me importaba si no volvía a verla en mi vida. 
Fue entonces cuando, poseído por el recuerdo de una mirada, de una escena –jovencita sentada en mi sofá con sólo una camisetita anaranjada puesta, las piernas recogidas con las rodillas ligeramente abiertas frente a los hombros y los dedos de los pies jugueteando plácidamente sobre mi muslo izquierdo; a sabiendas de que me estaba mostrando su manjar más delicado en todo su esplendor– dónde sus ojos chispearon como nunca y por primera vez, durante unos minutos pude contemplar en toda su plenitud su verdadera sonrisa de mujer, decidí inmortalizarla. 
Y si se descantillaba más de la cuenta con un servidor –que se ha metido en este berenjenal por amor a ella y a las palabras– estaba dispuesto, como amenaza el estribillo de una conocida canción de Los Van Van, “Voy a hacerte una ampliación de cuarenta por cuarenta para que la gente sepa que tú eres tremenda”, a emplear la motosierra literaria.

domingo, 9 de julio de 2017

Bajo una sombra de mi espejo

Si bien al principio pensaba que no volvería a verla, días después de su ruptura unilateral de una relación que prácticamente no habíamos tenido, apareció una mañana por el casal de barri con un noviete –un nene delgadito con gafas y pinta de panoli–. Estaban sentados en una de las mesas en plan acarameladito. No llegué a entrar, los vi desde fuera. 
De hecho aquella mañana había pasado por allí porque tenía que darle un recado a un amigo, pero no estaba; así que cambié de rumbo y me fui derecho al metro –iba al centro para hacer unas compras–, mascullando entre dientes que debía ser la conducta normal de una adolescente cuando corta una de sus seudorelaciones; pero mientras subía por Conflent camino de la boca de metro, noté un ligero escalofrío y sentí, temí y celebré, que la extravagante relación con Ámbar, en realidad, parecía que acababa de comenzar. 
¿Qué había tras aquella desmesurada dulzura, tras su sonrisa angelical, tras aquel chochete rasuradito y sus fascinantes tetas de alabastro? 
Para entonces mi novelita estaba ya redactada, aunque no concluida, pues acabé poco después por cambiar el orden de algunos capítulos –una decisión que, aún hoy, con el libro ya impreso, todavía me discuto– prolongando su gestación definitiva un mes y medio más; y creo recordar que, de tanto en tanto, para escapar de aquel pantanal, abría la carpeta de Ámbar y me ponía a teclear con el entusiasmo de un jovencito que arde en deseos de meterla en caliente.