domingo, 27 de noviembre de 2016

Corte cuatro, Good morning little schoolgirl 2 (unos días de febrero)

(Aquel viernes por la mañana escribí un poema de sopetón. Me dejé llevar por las palabras, pero el resultado no me convenció. Era inquietante y contradictorio, aunque no falto de fuerza y pasión. Lo mandé al infierno virtual, pero por la tarde lo rescaté de la papelera y lo leí con atención, y sus ambivalencias volvieron a dejarme mal sabor de boca. No vale nada… Sí que vale. Indulté tres versos –a día de hoy todavía vagan errantes sin un poema que les dé cobijo– y largué el resto al inframundo virtual, esta vez sin posibilidad alguna de reconsideración, como si quisiera, con ese gesto definitivo, expulsar lejos, muy lejos de mí, aquel nefasto temblor sombrío, el viejo y afilado escalofrío que conocía tan bien: El oscuro y desolador fantasma de mis crueles ausencias creciendo imparable a cada minuto hasta devorarme las entrañas…; y a veces, las juguetonas pavesas del viejo y colosal incendio que me consumió en otro tiempo vuelven a danzar ante mis ojos: seductoras, rutilantes, insondables, caprichosas, efímeras…; y poco después el alma cayendo al vacío vertiginosa y marchita…; y me agazapo a toda prisa hasta quedar inerte a la espera del impacto…; y lo que queda de mi camina exhausto y sin rumbo por el reino de las sombras…)


El viernes por la tarde chateamos y me confirmó que sí, que vendría. Cuando corté la conexión me sentía como un ingenuo jovencito que aún cree que lo que se da no se quita. Me di un fulminante zarpazo mental, acabando al instante con aquel primo interior, quizá el más julandrón de todos mis primos interiores. Ésto es terreno minado, ¿comprendes idiota?
“Este año la primavera ha llegado antes a mi casa que al Corte Inglés. Esos mamones codiciosos andan todavía con el rollo patatero del Día de los Enamorados”, me dije.
Serán rojas, seguro que serán rojas…

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