domingo, 24 de abril de 2016

Tomando notas (fragmento de J. mono)

Le gustaba el bar de Jacinto, los parroquianos eran gente recia pero amable, mayoritariamente de la cuarentena para abajo. El “Aquí te espero” tenía fama de ser un bar de radicales, gente que no frecuentaba la iglesia ni la veías en las procesiones. Unos pocos anarquistas entrados en años, marxistas que buscaban la verdad más allá de Lenin, socialistas foragitados por contravenir las politicas liberales de su partido; disidentes, cada uno a su manera, que se habían desligado del asfixiante corsé moral y cultural de la castilla profunda y encartonada. Por allí, sobre todo durante el buen tiempo, se dejaban caer almas reivindicativas e inquietas que habían entregado a la cultura y la creación lo mejor de si mismos y solitarios de toda condición: cantautores de medio pelo, actores sin trabajo, poetas desnortados, poetisas atormentadas y calentonas, ecologistas intransigentes y soñadores, novelistas sin suerte, pintores de mal trazo y peor carácter, cineastas sin película, profesores y profesoras solitarios, punkis que vivían deprisa pero no se habían muerto a tiempo, informáticos que no encajaban en ninguna parte, mucha gente joven, sobre todo los fines de semana, que solía ocupar las mesas de los soportales todas las tardes, y buscavidas de todas las leches que se daban una vuelta por allí de vez en cuando a la caza de primos de paso. En definitiva, un pequeño, contestatario y festivo baluarte de la comarca donde se aglutinaban: la diferencia, la discrepancia, la creación y el extravío.

Cómplices 1

Levanto los ojos de su deshabitado pubis y, entre pechos en flor, atrapo un rostro encendido de placer. Hacía siglos que no contemplabas tanta belleza, me digo. Carnosos labios, boca entreabierta, grandes y rutilantes ojos castaños entornados de gozo y un plácido y sensual ronroneo hondo y quedo…
Casi me echo a reír, saco la lengua, le doy un lametón al clítoris en plan enseguida vuelvo, despego mis labios de los suyos y le digo en tono socarrón: — Pinchas. Los tiempos están cambiando, jamás pensé que le diría algo así a una mujer en estas circunstancias.
— Tú también –responde Ámbar.
— Y tanto. Desde aquí estoy oyendo como te lamentas.
Me parece oír una risita cómplice mientras entierro la cara entre sus piernas…